miércoles, 4 de abril de 2012

Sobre Blackbird


Escribir sobre los amigos.


Lo primero es que no soy crítico de teatro, y si doy mi opinión lo hago desde el lugar del espectador, desde el gusto. El gusto contaminado del que mira también como si estuviera al otro lado.

Blackbird.

Al tener sobre el escenario una víctima y un victimario, la cosa parecería sencilla, sería obvio por quien tomar partido.
Pero no.
En Blackbird no es tan sencillo.

Maia Landaburu y Humberto Dorado en Blackbird.
(Foto de Julián Rodríguez)

Un hombre y una mujer mucho menor que él, se encuentran después de varios años para hablar de eso que pasó. Eso que pasó cambió la vida de los dos y durante la obra la sigue cambiando.

Los personajes tienen varias dimensiones, no son planos. Aquí no se trata de buenos y malos, de uno quieto y otro móvil, de un inválido y un atleta, no. Los dos tienen tantos argumentos que uno recuerda los diálogos de la tragedia griega, cuando llegado a cierto punto de la obra, en cada réplica quien habla nos convence. Cambiamos de bando en cada texto.
Humberto Dorado y Maia Landaburu en Blackbird.
(Foto de Julián Rodríguez)
David Harrower es un dramaturgo escocés de 1966, que comenzó a mover la escena mundial desde que escribió su primera obra Knives in hens (Cuchillos en gallinas) en 1995, sobre un triángulo amoroso entre una campesina, su marido y un extraño molinero. La infidelidad, para sorpresa nuestra, no se sostiene en ninguna insatisfacción. No hay causas evidentes. 
Así mismo, con Blackbird.
David Harrower, el dramaturgo.
Que se logre la empatía con un personaje para hacer el viaje con él, es una de las reglas de cierto tipo de dramaturgia tradicional, sobre todo la cercana a los trabajos audiovisuales. Pero aquí Harrower no se pone las cosas fáciles, ni a él ni a los actores ni al director ni a los espectadores. No se acomoda a las fórmulas clásicas. Los personajes no son como dice el manual, ni como algún público los necesita: grandes malos, grandes buenos y redención final, no. Son personajes independientes.
Nicolás Montero, el director.
No se juega a caracterizar a un personaje para que sea odiado y a otro para que sea querido. Aquí, aunque legalmente hay delito, lo técnico pasa pronto, y del marco legal se entra a lo sentimental, a lo emocional. El amor y el deseo estuvieron y están en términos tan sutiles pero no menos perversos, que provocan  dificultades a la hora de tomar partido y al tiempo, necesidad de tomar partido. Algo desde adentro nos impulsa a ir definitivamente por uno de los dos. Y siempre queda la sensación de que como espectador no estoy siendo lo suficientemente justo.

Las relaciones entre este hombre y esta mujer pasan por etapas, por tiempos que nos alteran los valores. ¿Cómo juzgar un acto violento y cómo diferenciarlo de una violencia consentida? ¿Cuándo la puedo consentir?

Humberto Dorado hace una de sus mejores interpretaciones. De hecho, bajo la dirección de Nicolás Montero ha logrado cosas que con otros directores pierde. Su actuación en Cita a Ciegas es notable, pero aquí, en Blackbird, es exacta, hace lo que se requiere, está en una medida difícil. Pero lo logra, él y la obra.
Natalia Helo y Humberto Dorado en Cita a ciegas.
Hoy en día algunos directores piden a los actores que se muevan entre una subactuación de gesto neutro que se puso de moda, o tratan de ilustrar en el afán de que se vea algo que puede pasar desapercibido.
En este Blackbird, Nicolás Montero ha tomado las medidas. No es el primer riesgo que corre, ya había hecho entre otras: Oleanna de Mamet,  Playland de Athold Fugard, The Keening  y su valioso trabajo con El Deber de Fenster sobre la masacre de Trujillo.
Marisa Chibas en The Keening (Con el corazón abierto)
en el American Repertory Theater.

Maia Landaburu hace el personaje de alguien que fue y alguien que es, y eso no es fácil. El personaje que hoy es habla por la que fue y, al igual que el resto de la pieza, no es un personaje identificable, se siente que quiere algo, pero al rato da la sensación de que eso es lo que menos quiere. Las acciones no pueden ser muchas, la palabra es poderosa, y en este espacio vacío y frío, ella sólo tiene su cuerpo, no sabemos si para mostrarlo o esconderlo, no sabemos si el cuerpo de la que es o de la que fue.
Creo, porque conozco la obra, que eso es lo que la obra necesita, esa indeterminación. Algunos énfasis de más en ciertos textos podrían quitarse, pero ésa es mi postura, mi gusto; los que hay no afectan la obra, me afectan a mi.
Vicky Hernández en Con el corazón abierto (The Keening)
en el Teatro Nacional
Es necesario hablar de los textos, son trabajados y cuidados desde la escritura hasta la puesta. Aquí un ejemplo:

JUAN
No.
Aquí no.
Yo no.
El personal

EMMA
No deberían dejarlo así.
El piso.

(Él lleva basura a la caneca.)

JUAN
Está llena.

(Él mete la basura a empujones.)

EMMA
¿Pero usted dónde come?

JUAN
¿Está sola?

Muchos de ellos son deliberadamente incompletos, con ideas a la mitad, con preguntas sin responder, con frases que no siempre conectan. Y así es la obra, no da respuestas. No es tarea del teatro darlas, sí plantearlas.

El espacio (diseñado por Laura Villegas, al igual que el vestuario) es lo suficientemente frío para que esté acorde con la pieza. Para que no distraiga. Paredes con una cercanía al mármol o a un estuco veneciano con tendencia al blanco, el piso muy pálido también y las sillas en un pastel que no corta. Es una escenografía cruel con el espectador; no agradaría estar ahí si no fuera un espacio teatral.  Pero creo que el desagrado y la frialdad deben ser.
Humberto Dorado y Maia Landaburu en Blackbird.
(Foto de Julián Rodríguez)
La iluminación (Alex Gümbel) se mueve entre luces de neón, las más duras, las de oficina, y unos cambios sutiles que nos dejan a veces sin el neón y nos dan ambientes teatrales, que uno quisiera que fueran más largos, pero que por la condición de la obra no se pueden permitir.

Ver Blackbird es necesario. La obra te lleva, te pone a prueba, está en un límite perverso muy cercano a los pensamientos oscuros de muchos espectadores.

Blackbird es una coproducción del Teatro Julio Mario Santodomingo y Casa Ensamble. Estará por estos días en el Festival Iberoamericano de Teatro, y más adelante en temporada con el Teatro Nacional.

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