Segunda y última respuesta.
Quisiera prometer que, aunque Héctor Abad
Faciolince diga la próxima vez que los teatreros violamos niñas, descuartizamos
ancianas, vendemos bazuco o, incluso, que asaltamos al Estado desestabilizando
la economía nacional, no responderé.
Segunda y última respuesta (no solicitada)
a una segunda columna de Héctor Abad Faciolince http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-336712-el-arte-obligacion
Los ojos se me llenaron de lágrimas (por la risa) al
llegar a la parte de su artículo en la que dice que la gente de teatro (alguna)
vive del erario público. Ahí entendí que su columna era de humor. Solo hay que
ver las mansiones en las que viven los teatreros, sus lujosos autos, su ropa de
marca y sus desorbitantes sueldos para entender la seriedad de su columna.
Seguí, además, las instrucciones que usted da de cómo leer su artículo: con
risa.
Sara Dice. Final de función. |
Entendí que las tetas públicas que menciona, de las
que se alimentan los artistas, deben ser tetas de silicona de una muñeca
inflable en un país que usted se imagina. En el país de verdad, los valientes
que han asumido la dirección de las entidades de cultura también debieron
reírse al leer eso; la labor más agotadora de ellos es conseguir recursos,
pelear, amenazar, rogar por adiciones presupuestales. La de cultura es una de
las carteras más bajas, y baja con el correr de los años; los grandes
presupuestos del Estado van para la guerra y para infraestructura. Sí, para
construir carreteras y puentes, eso que sí es útil, como usted dice. Puede
dormir tranquilo, la plata del Estado no está en esos seres odiosos como
Santiago García que hacen teatro, sino en prohombres como los Nule que
construyen puentes (porque a los bazalgettes de aquí tampoco les llega la
plata). Pausa para reír. Mentira, para llorar.
En el Festival Iberoamericano de Bogotá. |
Me río también viendo la imagen suya llamando
vanidosos a los demás, mientras usted se
mira en un espejo. Nadie, hasta donde he leído, está molesto porque usted no
vaya a teatro. Por favor, bájese de ahí, a la gente no le importa si usted va o
no va (ojalá fuera y pagara la boleta). Algunos nos pusimos alerta por sus
descripciones falsas del teatro y le corregimos. Corregir no es insultar. Yo no
lo he insultado. Sé que algunos sí lo han hecho y ofrezco disculpas en nombre
de ellos, pero eso tampoco es motivo para que se insulte usted mismo. No se
tenga asco, usted escribió un libro valioso llamado El olvido que seremos,
con eso ya tiene un puesto en la historia; pero cuando quiere escribir con
humor, escribe de mal humor. La gente respondió como pudo. Aunque no tengan
columnas, también pueden dar su opinión y si no están de acuerdo con usted, no
quiere decir que estén mal. Ese "hubo gente que respondió como se
debe" también dio risa, faltó el complemento: “como la gente divinamente”.
En el Festival de Manizales. |
Del mismo lugar de donde usted saca que algunos
teatreros viven del erario público también debió sacar que las salas viven
vacías. No es así. Y si así fuera, si la calidad se midiera por la cantidad de
espectadores, la televisión debería ser el paradigma de la cultura y los museos
llenos de arte viejo deberían
derrumbarse para construir modernos centros comerciales que viven llenos de
gente. Contrólese hermano, hacemos cosas parecidas, formas de bien. Usted sabe
lo que cuesta escribir una página. Y si no sabe lo que cuesta montar una
escena, averigüe cuántos ensayos y cuántas horas y horas y horas de buscar y
repetir movimientos, gestos y tonos, hasta encontrar el acertado, se necesitan.
En temporada. |
Usted entró con los taches arriba y ahora se
sorprende por los reclamos. Hace como el futbolista famoso (de millos no,
obviamente, ya no) que lesiona al compañero sin balón y, cuando le reclaman,
levanta los brazos como el divino niño preguntando "¿qué pasó?".
Cuando le sacan la tarjeta se expone como víctima.
No hablo más. Estoy ocupado trabajando en obras que
usted nunca verá (yo sí leeré las suyas). Seguiré en mi mansión, la que me
construyeron los contratistas del Estado, escribiendo obras con los dineros
públicos en mi avión privado mientras viajo a ese país suyo en el que ya
quisiera yo vivir.
Aprendo de su columna lo de Bazalgette, un bonito
personaje. Sí, salvo vidas, pero el
teatro también lo hace.
A mí me la salvó.
Y me la dañó.
Por fortuna en el buen teatro siempre hay
contradicción.